Ese camino tortuoso que llegaba
hasta la vivienda, repleto de piedras blancas completamente pulidas y
perfectamente bordeado por grandes abetos peinados con sumo cuidado. Esa luz
tan tenue que iluminaba la casa y la dotaba de un color amarillento que, a su
vez, le daba calidez. Ese sonido del
agua que caía de la pequeña cascada que corría por un lado del hogar…
todas esas sensaciones que le recordaban bruscamente a ella. Y eso que ya habían
pasado cuatro años desde que se vieron por última vez, concretamente en aquel
balcón de su habitación en el que ella se imaginaba ser la chica de alguna
película romántica a la que le robarían un beso al que ella se negaría, pero
que, lógicamente, estaba deseando recibir… y así había sido, aunque no
exactamente de esa forma. Justo había coincidido con una pelea en la que cada
uno defendía su propio orgullo, hasta que, dado un momento, él se hartó, la
agarró del brazo, la atrajo hacia sí y la besó. Y era verdad que él no le había
pedido ningún tipo de permiso, pero no le había parecido que ella lo hubiese
estado esperando. Y en cierto sentido, quedó claro que no, porque su cara de
asombro se quedó grabada en la memoria de él. Pero, ¿lo había deseado? Ahora
esa pregunta que le había acechado en aquel momento, volvía a la carga de nuevo
e insistía cada vez más en cuanto él se acercaba a la casa…
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