miércoles, 20 de mayo de 2015

| LUCHA |

Ayer se fue. Cogió sus cosas y se puso a navegar. 
Una camisa, un pantalón vaquero y nada más. 

Nada más.

Se fue porque ya hacía tiempo que todo traspasaba sus límites o lo que creía que era su capacidad. Yo siempre aposté en que aguantaría más. Pero así, como una brisa caliente de otoño que llega de manera improvisada, se fue. Y se fue cansado. Como cuando estás harto de escuchar la misma canción. Ni siquiera trató de cambiar la melodía. Os digo yo que el esfuerzo nunca fue considerado como una opción.

Siempre le gustaron las cosas hechas, bien masticadas y rematadas. Pero nunca creí que pensase eso de nuestra relación. Creo que alguna vez luchó. ¡Tonta de mí si no lo vi! Porque hubo baches, curvas prominentes, lluvia y truenos en un camino que muchas veces se hizo resbaladizo. ¿O es que él se lo saltó? ¿Encontró quizás la manera de evadirlo o fui yo la que se lo allanó?

Una carga pesada siempre da a la larga malestares de espalda y yo no os sabría decir si mis dolores guardan su nombre. “El amor es ciego”, me dijeron una vez, más no creo que esto sea así pues la que perdió la vista fui yo. Padezco una enfermedad incurable desde que le regalé un afirmativo: “Sí., quedaré contigo”.

Un chico radiante. Con muchos planes. Con ganas de arrasar el mundo pero con poca energía para empezar. Metas sin pequeños propósitos, un coche sin gasolina. Bonito e inútil. Que con 15 años tienes ilusiones pero el paso del tiempo te va regalando realidades. Y las ilusiones deben adaptarse dejando un pequeño hueco para lo hipotéticamente imposible. Él hizo mal los cálculos. 



Se marchó y me dejó. Sola en la estacada y ni dignidad tuvo para preguntarme si tenía una personalidad doble para casos de rescate. Y si lo dio por hecho, ¿por qué sale corriendo? Quizás una Juana de Arco le daba demasiado miedo.

Yo solo sé que las canciones llevan de la mano recuerdos y que, si la has bailado unas cuantas veces, debes recordar qué te empujó a dar el primer movimiento. Y que, si te cansas, te compres un chip nuevo porque eres tú el que falla, puede que los años te vayan pesando. ¿Pero no cogiste la fuerza necesaria en los entrenamientos? La canción será la misma y permanecerá inmutable con el paso del tiempo, aunque suene desde un tocadiscos viejo. 

Yo solo sé que ya no se termina lo que se empieza. Que las razones cambian pero siempre ganan las de poco peso, las que van gobernadas por apetitos del momento. Que no sé si esto se debe a que la gente dejó de estrujar la mente en juegos como el ajedrez o el Hundir la flota. Porque si no, no entiendo como no se trata de encontrar una solución. Tejer una estrategia para no darte por vencido.

Solo sé que si el remedio desaparece de los diccionarios, todos nos acabaremos yendo. Huyendo de lo que nos da miedo y disgusta. Huyendo de lo que nos cuesta y nos ata. Huyendo porque no hacemos memoria de las razones que nos movieron y ya puede cambiar mucho una persona para que no haya ni una por la que quedarse. Ninguna causa está perdida si hay un loco luchando por ella.



miércoles, 6 de mayo de 2015

- F U S I O N -

A los que buscan aunque no encuentren
A los que avanzan aunque se pierdan 
A los que viven aunque se mueran

Benedetti


Los días parecían más largos. La luz trataba de engañarnos. Y mientras, el tiempo seguía corriendo, unas veces rápido y otras lento. Cualquier problema o alegría eran excusa para comprar algo nuevo. Estar en un ambiente fresco con olor a vainilla y en continuo movimiento.

El verde de las plantas del salón parecía invadir toda la estancia. Cuando no era más que eso: cuatro plantas bien colocadas en una escalera de madera blanca. Pero era mi rincón y me daba alas. Abría la ventana y dejaba que el sol me acariciase con sus rayos mientras una leve brisa me ponía la piel de gallina. Las Ray-Ban de carey eran mis fieles aliadas ya que ayudaban a ocultar unos ojos cansados que delataban una noche inquieta.

Las frutas recién cortadas aportaban color y trataban de combinar, sin esfuerzo alguno, con el sillón que acogía generosamente a una manada de cojines de distinto estampado y tejido.  Mi única vestimenta era un kimono que alguien quiso bautizar japonés y un moño estudiadamente malhecho que coronaba mis pensamientos.



Mientras me mordía las uñas y mi piel absorbía la densa capa de Nivea, mis ojos corrían por encima de las letras de una novela de Jane Austen tratando de descifrar el final que ya conocía. Los arándanos del plato iban bajando al compás del ritmo de lectura y un olor a Euphoria recién destapado me sumergía cada vez más en el romance.

Para cuando llegabas, apenas quedaba rastro de aquello. Mi boca guardaba la frescura de la mañana bajo una capa de carmín intenso, al mismo tiempo que se preparaba para degustar nuevas tapas con sabor a mar y a especias traídas de un oriente ya no tan lejano. Tu brazo rodeaba mi cintura descubierta y todavía blanca. Listas blancas y negras me envolvían presentando las tendencias del momento descubriendo mi interés por la moda. Vertical y horizontalmente. Y mientras tu esperabas ansioso el momento de detallarme paso a paso el día que ibas teniendo.

Entonces llegaba el mejor momento: La plena fusión con lo nuevo. Mi mente retraída abría sus puertas de forma intermitente. Y, entre bocado y bocado, iba creando. Nuevos mapas, nuevas vistas, nuevas inspiraciones y elevaciones. Creación. Ideas. Mis párpados no se permitían el lujo de cerrarse ni un momento por miedo a perderse cualquier gesto.

La satisfacción que me provocaba aquello es difícil de expresar, pero era ahí dónde me encontraba a mí misma. Entre lo viejo y lo nuevo. Ése era mi concepto. Una mezcla de cine clásico y baile moderno. Con un ritmo lento e intenso. Con un aire juvenil y serio.

Y así me sumía, día tras día, en un mar conocido de arena emigrante.