Perdona si he tardado en escribir. Últimamente no me sentía muy inspirada. Quizás porque me propuse tener el tiempo completamente ocupado para evitar que mi cabeza comenzase a pensar... Y es que he estado de plan en plan, embotellada en las conversaciones, disfrutando de un ritmo rápido en el que no cabe imaginar. Porque realmente eso era lo que no quería: pensar. No dedicar ni un minuto a la desesperación, a la tristeza o al abandono. Ni siquiera era capaz de enfrentarme contra el hecho real de olvidar...
Muchos creen que los problemas, discusiones o lo que sea, se resuelven fácilmente con un simple "olvidar". Pero es que cuando aceptas olvidar estás permitiendo borrar una parte de tu vida. Y lo haces porque no puedes soportar vivir con ciertos recuerdos que cuando evocas no hacen otra cosa que hacerte daño, y no precisamente porque sean recuerdos dolorosos en sí, sino porque cuando te vienen a la memoria esos buenos momentos adquieren un sabor amargo. Y es cuando entonces tienes ese "algo" en el subconsciente que no te deja dormir. Es cuando en un gran momento de felicidad, tu risa se torna en un llanto porque te has acordado de algo. Es cuando tienes que decidir si quieres encerrarte o salir. Cuando hay una batalla en tu interior, entre corazón y razón. Donde uno exige olvidar y donde el otro quiere recordar.
A pesar de esta lucha constante, el tiempo no se puede evitar y, poco a poco, al mismo tiempo que vas tachando los días del calendario, vas creando nuevos recuerdos. Recuerdos que comienzan a comer a los viejos. Recuerdos en los que esa persona deja de ser la protagonista. Y así irás escribiendo un nuevo libro, uno que seguramente jamás te habías imaginado, donde la historia cambia constantemente y del que, gracias a Dios, no sabes el final...
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