Cuando abrí el armario mis ojos
no dudaron ni un instante en posarse en aquella camisa XXL que ya no me
pertenecía. Sus poderes mágicos se habían evaporado. Aunque ahora me
reconfortase volver a ponérmela y recordar, no surtiría efecto. Antes, cuando
la llevaba, me sentía completamente segura, salvaguardada por esas mangas tan
amplias y muy cómoda entre esa tela tan grande. Con ella sentía que me defendía
de los chicos que tenían en mí otras intenciones. Ella les gritaba: ¡ALTO! Y
yo, cuando veía sus efectos, no podía dejar de escapar una sonrisilla traviesa.
Pero ahora no tenía ningún valor, ya no y eso era porque lo que hacía mágica a
la camisa era el amor y, cuando este terminó, ese poder se disipó. Después de
caer en la cuenta de todo esto, recordé que mi vida tenía que continuar,
desgraciadamente, sin él. Y con más pena la puse en el montón de la ropa sucia,
pensando con tristeza que toda la esencia de la camisa se eliminaría en la
lavadora, aunque estaba claro que lo primordial ya había desaparecido de ella.
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