Ayer tuve la oportunidad de ver El Gran Hotel Budapest. No voy a hacer ninguna crítica sobre la película en lo referente a la interpretación, el guión, etc, aunque tenga tentaciones de hacerlo. En lo que sí me voy a detener es en toda la puesta en escena que fue, a fin de cuentas, lo que más me llamó la atención. Aunque también vi en su día Moonrise Kingdom, otra obra de Wes Anderson, cuya ambientación también me resultó formidablemente atractiva, sin duda me quedo con la de esta última película.
No hace falta ser ningún apasionado de la estética como para no fijarte en un attrezzo y decorados semejantes. Sin duda, Anderson hace bastante hincapié en ellos ya que a fin de cuentas, ayudan a adentrarse más en la historia y a identificar mejor la identidad de cada personaje. Es así, que se respira durante toda la película una obsesión por el detalle.
Aunque cada objeto tenga su correspondiente diseñador (las maletas de Madame D. por Prada, los anillos del villano Jopling por el joyero Waris Ahluwalia, el vestuario por Milena Canonero, el perfume L'air de Panache por Nose, el cuadro del niño con la manzana por Michael Taylor, etc), todos requieren de la aceptación de Anderson que es el que se encarga del último toque que permite esta gran composición final. Una composición que me llega a recordar al Cluedo o La herencia de la tía Agata, juegos de mesa en los que la caracterización de los personajes tiene un papel relevante junto al diseño del lugar. Una composición que te enamora y en la que te tienes que fijar desde la primera escena hasta el desenlace de la película.