Sentía que estaba yendo a una primera cita. Patética sensación después de llevar tres años casados. Aunque en cierto sentido podría decirse que apenas le conocía, al menos no se parecía al hombre que le había enamorado. Ese fuego en su mirada por hacerle suya, esa sonrisa loca que solo ella entendía, esas caricias en la espalda cuando más lo necesitaba... Todo eso brillaba ahora por su ausencia. Solo pensar en ese momento, cuando horas antes le había propuesto seriamente ir a cenar juntos... Le daban escalofríos solo recordarlo. Él, con una sonrisa estúpida que no sabía a que idiota podía haber comprado, con esa incredulidad y sorpresa en sus ojos... Había tenido que contenerse para no darlo todo por perdido.
+Te quiero Adam, Alex, Peter, Brian, cualquiera que sea tu nombre, te quiero. (Charada, 1963)
Parecía que si ella no decía nada, todo seguiría de lo más normal... Él, claro, lo tenía fácil, pues lo único que le ataba a la casa era la cama, pero no precisamente para hacer otra cosa además de dormir. Como diría su madre: "¿Te crees que esto es una pensión, o qué?". Echaba de menos sus consejos ahora, pero ya hacía un año que se había ido y tenía que contentarse con su propio reflejo en el espejo. Por muchas vueltas que le diese no llegaba a estar completamente segura de ninguna solución y entonces luego llegaba la fatídica pregunta de porqué la vida no vendrá con manual. Una pregunta que, a pesar de hacerse muy a menudo, sabía perfectamente cuál era la respuesta.
Y allí estaba ahora, caminando en medio de la noche. El sonido seco de sus tacones le recordaba que estaba sola. Su largo vestido negro se movía con el andar de sus caderas acompañado por la suave brisa que llegaba del río. Notaba cómo las piernas le temblaban aunque no precisamente por el frío, seguramente porque todavía no se había decidido en cómo empezar. Poco a poco, se iba acercando al embarcadero lleno de luces donde una silueta recortada en la sombra aguardaba...