Despiértame. El canto de las sirenas me tiene embriagado. Las fantasías han suplantado a las realidades que se han ido alejando. Me encuentro en una cápsula aislada del exterior. Yo mismo me he castigado sin comunicación. Y estás ahí, a mi lado. Mis problemas me han atado a un mástil que se hunde en lo más profundo del océano. Cada vez más frío, cada vez más oscurecido. Y busco a tientas tu mano para salir. Sé que sigues ahí. Atenta, observándome. Abrigándome con un manto de comprensión que va ahuyentando los males. Despiértame, que quiero vivir.
Las calles viven deprisa. Corren, sin mirar de lado a lado. Sin esperar el cambio de semáforo y se generan atascos. La gente se margina con los cascos, no quiere interrupciones y parece que tiene miedo a dejar la mente en blanco. No hay conversación en las aceras y las miradas se han ido apagando. Reina el caos.
La proximidad que había en el trato, se ha ido evaporando y abre paso a atrevidos “me gustas” en las redes sociales donde la timidez ya no está de moda. El rey es el selfie premeditado que muestra la sonrisa más ensayada. No hay apenas capturas de una buena carcajada. Parecemos más cercanos, pero estamos más distantes. Todos nos ocultamos bajo una máscara que pretende adaptarse.
El tiempo es como siempre uno de los bienes más preciados y valorados. Pero parece que no se aprovecha tanto como se espera. Dormir es un verbo que cuesta conjugar por lo que las horas siguientes no rinden demasiado. Parece Zombieland: terrazas de domingo con unas gafas de sol que tapan unos ojos resacosos en sintonía con una sudadera y unas zapatillas. Han exprimido tanto el momento que nos hemos quedado con un zumo demasiado aguado.
¿Por qué nos cuesta conformarnos con los pequeños placeres de la vida? ¿Es que han perdido su sabor? Escuchar el ruido del motor, el azote del viento en la cara, una buena conversación acompañada de una cerveza con patatas, remolonear junto a tu pareja bajo las sábanas… ¿Acaso esto ya no vale nada y nuestra felicidad se mide en el número de followers que tienes en Instagram?
Vivimos en una órbita que difiere con la realidad. Creemos que esa es nuestra vida, pero es nuestra vida la que se nos escapa corriendo sin avisar. La mayoría proclama a gritos un Carpe Diem que se queda divagando como una simple teoría. Estamos desconectados whatsappeando o grabando lo que estamos “viviendo”. Tenemos la capacidad de estar en 10 conversaciones, cuando solo una merece nuestro tiempo.
Y es curioso porque en el fondo todos queremos lo mismo: querer y ser queridos. Nos cuesta llevarlo a la práctica porque las instrucciones no son fáciles, la palabra sacrificio es el titular del manual y eso nos hace apartar la mirada. Hay cierto rechazo, pues se busca la comodidad de ese postureo que nos trata de engañar, haciéndonos creer que ahí está garantizada nuestra felicidad.
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