viernes, 17 de abril de 2015

• A LOS NAVEGANTES •

| La esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra por ningún lado | Ovidio |

A veces parece que está, otras parece que se va. Y no es que sea un cambio constante, pues permanece ahí en todo instante. Te dice que esperes, que seas paciente. Que hagas todo lo posible por intentarlo y no te quedes de brazos cruzados. Que es ahí donde reside su valor. En lo que no se ve y en nuestro sudor.

Los que no creen en ella ya están vencidos, ya que lo dejan todo en las manos del destino. Sin duda creo que de estos hay pocos. El mundo tiene una historia demasiado intensa que lo demuestra: tanta evolución y tanta invención.  No obstante, de los que abundan son los medias tintas, quienes tuercen a la primera de cambio. Incluso cuando empieza a estar nublado. Vaya, en los peores momentos para dudar y en los mejores para demostrar.

Demostrar no solo a los demás, sino también a ti mismo que en lo que crees no tambalea. Que es lo que te constituye y que sin ello estás perdido. Pues una brújula sin rumbo de poco vale. Necesitamos que al menos haya unas coordenadas básicas que estén bien fijas en el mapa.



Pero no estamos solos en la travesía. Agentes externos e internos hacen más difícil la prueba. El peor sin duda el miedo. A lo desconocido. A perder algo estimado. A no poder recuperar parte del pasado. Necesitamos conocimiento. Certezas. Por muy pequeñas que sean, que nos hagan sentir seguros. Saber que mañana el Sol saldrá por el Este. Pensando que la seguridad garantiza la falta de dolor. Miedo a sufrir. Absurdo comportamiento pues la felicidad está en la baraja de los que arriesgan y perseveran. Y si ya sabías esto, ¿es que tienes miedo a ser feliz? ¿Miedo a que quizás sea demasiado grande para ti?

No te digo que seas masoquista pero sí realista. No puedes darle la espalda a las que sí son unas certezas palpables: la existencia del dolor, la existencia de la muerte.

¿Y cuándo el viento sopla fuerte en las velas? Ah, sí. Ahí, casualmente vuelan todas las dudas. Creemos que podemos con todo y que todo llega. Y tontamente dejamos nuestra incertidumbre en las manos de la suerte, caprichosa e inexistente. Pensando que ella sabe más y que nos libraremos de decidir u opinar. Difícil cuestión.

Es ahí cuando crees que se trata de la esperanza de la que te estoy hablando. Cuando crees que se parece a esa barata “esperanza” que se lleva tu confianza sin licencia pues tú mismo se la has dado con los ojos cerrados. No. No has entendido todavía el concepto. Te recuerdo que, como dije al principio, hay que trabajar duro. No querer estar ciegos y saber adaptar la vista hasta en los lugares más oscuros. De eso se trata y no de vendernos al mejor postor. ¿O es que dependemos de una balanza? No, me niego. No.

El hombre, tan frágil y tan resistente. Tan capaz y tan incapaz. El hombre, que siempre debe luchar pues jamás se mantiene en el mismo lugar. Es el esfuerzo el que apunta un punto más. Si no avanzas, retrocedes.

La esperanza, como alimento en el camino. Como certeza indudable hasta en los momentos de grandes pesares. Como lo que nos anima a no abandonar la partida. Como el impulso que necesitamos para levantarnos y seguir intentándolo cada día.



|Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol | Martin L. King |