viernes, 20 de febrero de 2015

| M A S Q U E R A D E |

Allí se perdieron, en medio de la nada. Sin tener un atisbo de lógica que los guiase hasta el refugio más cercano. Sin ponerse de acuerdo en qué dirección era mejor continuar. Allí se iban a quedar, hundidos en aquella manta de nieve que arropaba suavemente a la montaña. Se iban a quedar si no recordaban cuál era la vía de escape más auténtica: su amistad.

Poco a poco, las máscaras que ocultaban identidades iban cayendo. Las situaciones que la vida nos presentaba eran las causantes de ello. Y aunque al principio todos nos sentíamos incómodos temiendo ser rechazados, sabíamos que eso era lo único que permitiría ir reforzando los lazos.

Costaba entender que tenías que jugar con las únicas cartas que te habían tocado. Te gustasen o no, había que aceptarlas. O incluso más que eso: quererlas. Tratar que, de alguna manera, esa "carga" fuese ligera. Todavía quedaba un largo camino por recorrer y seguramente no lo haríamos en solitario.




| Hay quien cree que no es nada la confianza en uno mismo | La leyenda del indomable, 1967 |

Quizás lo que más me costó a mí fue esta última parte, pues mi relación con los demás solía ser buena. Apenas había gente que no me gustase y, si lo hacían, solían estar nublados por una dosis de perjuicios que fácilmente se disipaban una vez que empezaba a conocerlos.

Era yo, esa enorme piedra en medio de la arena con la que tropiezas. Era yo, esa hora del día con la que no tienes nada que hacer. Era yo, esa cerveza que no está del todo fría. Era yo o cómo me veía. ¿Y cómo iban a quererme los demás si yo misma no lo hacía?

Sabía que el amor propio no era un condicionante para que otros me quisieran. Pero era consciente de que cuanto más me aceptase, cuanto más me quisiese, más lo haría el resto. Podrían conocerme con más naturalidad, más transparencia y con una confianza en mí misma digna de admirar.



Incluso si miraba hacia atrás, podía ver que la madurez que había ido adquiriendo también aportaba solidez a mis relaciones. En mi infancia, mi mente dispersa había seleccionado las amistades por diversión pero, al ir creciendo y al ir conociendo el laberinto de la vida, ese requisito había pasado a un tercer plano dejando como protagonistas a la sinceridad y al respeto.

Lo mío no fue una aceptación milagrosa. No me levante un día por la mañana y vi la luz, no. La verdad es que la veía todos los días colándose por mi ventana. Pero lo que sí es cierto es que cada nuevo despertar me ayudaba a ver que quererme iba a ser la mejor apuesta para vivir feliz, tratar de ser mejor cada día y que los que estaban a mi alrededor iban  a estar ahí fallase o acertase.

lunes, 2 de febrero de 2015

| e l r i e s g o d e v i v i r |

||► Supe que a veces, tal vez, hay que dejarse la piel - Lagarto Amarillo

Decidimos dejarlo todo atrás. Atrás y arriesgar. Con las manos vacías pero cargadas de avaricia. Malditos inconformistas. Queriendo atrapar lo que no podíamos alcanzar. Nuestro orgullo se encargaba de hacernos ver que aquel no era un plan tan loco. Darle la espalda al mundo con sus censuras. Quizás traspasábamos la línea que marcaba lo políticamente correcto. 

Lo peor había sido la decisión, porque luego las cosas fueron saliendo una detrás de la otra. Sin dejar un hueco para una queja o suspiro. Había que apechugar. Ya no se trataba de que pudiésemos volver sobre nuestros pasos, sino que ya no teníamos nada que pudiese cambiarlo, pues lo habíamos dado todo. 

Todo. Con esa palabra había conocido yo el riesgo. Todo por lo que había sudado, todo lo que habíamos construido. Pero aunque puede que lo que habíamos tenido fuese lo justo y necesario, no nos llegaba. Algo nos pedía a gritos que nos lanzáramos. De cabeza o de espaldas. Salir de esa conformidad que nos hacía quedarnos sentados en el sofá. Escapar de ese día a día que había nublado el color de los sabores.

No es que rechazásemos una rutina. Apartábamos esa rutina que nos consumía. Lenta e ingratamente. Una rutina sin pasión, sin vida. Proyectos en los que nos habíamos volcado estaban ahora en la basura. Pero allí va todo lo que no tiene valor, ¿no? Trabajos mecánicos. Robots sin corazón. La decisión llegó cuando vimos que afectaba a la relación de los dos.




| Dos hombres y un destino, 1969 |

Los buenos días se habían quedado evaporados en el aire. Las sonrisas en el congelador. Las fotografías ni siquiera eran un mero recuerdo del pasado, pues parecían presentar una vida ajena a la nuestra. Y los momentos huecos se llenaron con horas de televisión que solo robaban conversación.

Nunca nos perdimos el respeto. Demos gracias a Dios que no. Pero una tarde con aroma a té y a café recién hecho nos despertó. Nuestras miradas se envolvieron en el calor de un sentimiento que se marchitaba por momentos. Ahí tuvimos que pasar a la acción.

Ahora miro atrás y no me arrepiento, aunque no sepa adónde vamos a llegar o si nos quedaremos a medio camino. Porque aunque no sepa lo que voy a tener, sé lo que tengo y sé que vale el mayor de los esfuerzos puesto que está mi felicidad en ello. Y le miro a él de vez en cuando de reojo y sé que piensa lo mismo. Estamos satisfechos, cargados de energía. Sin lamentarnos de lo que pudo haber sido, sin echar de menos aquello que nunca tuvimos.