lunes, 2 de febrero de 2015

| e l r i e s g o d e v i v i r |

||► Supe que a veces, tal vez, hay que dejarse la piel - Lagarto Amarillo

Decidimos dejarlo todo atrás. Atrás y arriesgar. Con las manos vacías pero cargadas de avaricia. Malditos inconformistas. Queriendo atrapar lo que no podíamos alcanzar. Nuestro orgullo se encargaba de hacernos ver que aquel no era un plan tan loco. Darle la espalda al mundo con sus censuras. Quizás traspasábamos la línea que marcaba lo políticamente correcto. 

Lo peor había sido la decisión, porque luego las cosas fueron saliendo una detrás de la otra. Sin dejar un hueco para una queja o suspiro. Había que apechugar. Ya no se trataba de que pudiésemos volver sobre nuestros pasos, sino que ya no teníamos nada que pudiese cambiarlo, pues lo habíamos dado todo. 

Todo. Con esa palabra había conocido yo el riesgo. Todo por lo que había sudado, todo lo que habíamos construido. Pero aunque puede que lo que habíamos tenido fuese lo justo y necesario, no nos llegaba. Algo nos pedía a gritos que nos lanzáramos. De cabeza o de espaldas. Salir de esa conformidad que nos hacía quedarnos sentados en el sofá. Escapar de ese día a día que había nublado el color de los sabores.

No es que rechazásemos una rutina. Apartábamos esa rutina que nos consumía. Lenta e ingratamente. Una rutina sin pasión, sin vida. Proyectos en los que nos habíamos volcado estaban ahora en la basura. Pero allí va todo lo que no tiene valor, ¿no? Trabajos mecánicos. Robots sin corazón. La decisión llegó cuando vimos que afectaba a la relación de los dos.




| Dos hombres y un destino, 1969 |

Los buenos días se habían quedado evaporados en el aire. Las sonrisas en el congelador. Las fotografías ni siquiera eran un mero recuerdo del pasado, pues parecían presentar una vida ajena a la nuestra. Y los momentos huecos se llenaron con horas de televisión que solo robaban conversación.

Nunca nos perdimos el respeto. Demos gracias a Dios que no. Pero una tarde con aroma a té y a café recién hecho nos despertó. Nuestras miradas se envolvieron en el calor de un sentimiento que se marchitaba por momentos. Ahí tuvimos que pasar a la acción.

Ahora miro atrás y no me arrepiento, aunque no sepa adónde vamos a llegar o si nos quedaremos a medio camino. Porque aunque no sepa lo que voy a tener, sé lo que tengo y sé que vale el mayor de los esfuerzos puesto que está mi felicidad en ello. Y le miro a él de vez en cuando de reojo y sé que piensa lo mismo. Estamos satisfechos, cargados de energía. Sin lamentarnos de lo que pudo haber sido, sin echar de menos aquello que nunca tuvimos.