viernes, 19 de septiembre de 2014

| EN LA COSTA DE DONOSTIA |

Las aguas más turquesas se volvieron negras. 
El oscuro gris del cielo parecía que amenazaba la más cruel de las tormentas. 
Y mientras tú y yo mirándonos impasibles ante cualquier situación atmosférica.

Las gotas frías de la lluvia comenzaron a mojar nuestros hombros descubiertos. Levanté la mirada aterrorizada ante la cantidad de gaviotas que sobrevolaban la playa. Al tiempo, me agarraste del brazo con fuerza intentándome transmitir tu calma.


No había palabras. No eran necesarias.




|| Y la playa llora y llora | Turnedo, Iván Ferreiro |

La brisa con olor a algas nos sumía en un mundo paralelo en el que tú y yo nos fundíamos en una sola mirada. Envueltos en toallas, con los pies hundidos en la arena, buscando el calor que no encontrábamos. Todo se había enfriado. Algunos nos dirían que es por la estación, esa vuelta a la rutina que se aleja de los divertidos planes del verano. Y puede que tuviesen razón. Habíamos estado tan preocupados por mantener el tiempo ocupado y sentir nuevas sensaciones, que nunca nos habíamos conformado con estar sentados en un banco mirando pasar el tiempo o dar mil vueltas a la misma manzana perdiéndonos en nuestras palabras...


Ahora se notaba.


El cielo lloraba y yo, sumergida en tu color marrón avellana, recordaba los buenos momentos que habíamos disfrutado, pero no podía evitar que un punzón de amargura matase esa emoción al saber lo que estaba a punto de acontecer. Ninguno queríamos aceptarlo, pero así debía ser. ¿Por qué prolongar algo que tarde o temprano va a suceder?

sábado, 6 de septiembre de 2014

CRUZANDO EL TÁMESIS

Sentía que estaba yendo a una primera cita. Patética sensación después de llevar tres años casados. Aunque en cierto sentido podría decirse que apenas le conocía, al menos no se parecía al hombre que le había enamorado. Ese fuego en su mirada por hacerle suya, esa sonrisa loca que solo ella entendía, esas caricias en la espalda cuando más lo necesitaba... Todo eso brillaba ahora por su ausencia. Solo pensar en ese momento, cuando horas antes le había propuesto seriamente ir a cenar juntos... Le daban escalofríos solo recordarlo. Él, con una sonrisa estúpida que no sabía a que idiota podía haber comprado, con esa incredulidad y sorpresa en sus ojos... Había tenido que contenerse para no darlo todo por perdido. 








+Te quiero Adam, Alex, Peter, Brian, cualquiera que sea tu nombre, te quiero. (Charada, 1963)

Parecía que si ella no decía nada, todo seguiría de lo más normal... Él, claro, lo tenía fácil, pues lo único que le ataba a la casa era la cama, pero no precisamente para hacer otra cosa además de dormir. Como diría su madre: "¿Te crees que esto es una pensión, o qué?". Echaba de menos sus consejos ahora, pero ya hacía un año que se había ido y tenía que contentarse con su propio reflejo en el espejo. Por muchas vueltas que le diese no llegaba a estar completamente segura de ninguna solución y entonces luego llegaba la fatídica pregunta de porqué la vida no vendrá con manual. Una pregunta que, a pesar de hacerse muy a menudo, sabía perfectamente cuál era la respuesta.

Y allí estaba ahora, caminando en medio de la noche. El sonido seco de sus tacones le recordaba que estaba sola. Su largo vestido negro se movía con el andar de sus caderas acompañado por la suave brisa que llegaba del río. Notaba cómo las piernas le temblaban aunque no precisamente por el frío, seguramente porque todavía no se había decidido en cómo empezar. Poco a poco, se iba acercando al embarcadero lleno de luces donde una silueta recortada en la sombra aguardaba...


martes, 2 de septiembre de 2014

AL RITMO DE LOS TAMBORES

Me sentía un espectador. Y eso que había ido a disfrutar de aquella fiesta. Pero tenía uno de esos días en los que te sientes demasiado contemplativo como para contentarte con una cosa tan superficial y pasajera. No por el hecho en sí de ser una fiesta, para nada. Que sepáis que a mi las fiestas me encantan. Si hay que celebrar algo, se celebra. Y por todo lo alto. Nada de volver a medianoche o a las tres de la mañana. Hasta que salga el sol. Se sale como Dios manda. Además, no hay mejor manera de celebrar las cosas importantes que con una fiesta. Pero vaya, lo que os decía, lo que no me permitía encajar aquella noche era saber que para muchos la fiesta iba a acabar en una cama o en una nube llamada resaca. 

Sin embargo, yo seguía. Calle abajo, sin destino. La masa me empujaba. La música nos guiaba. Si había que bailar, se bailaba. Si había que gritar, se gritaba. Yo me divertía, ¡cómo no! Pitidos. Barro. Tizas de colores. ¡Hasta la música era buena! Y mira que es difícil... ritmos africanos mezclados con alguna que otra canción latina. Los cuerpos se movían al ritmo de los tambores, las manos se levantaban entre la multitud, los distintos idiomas quedaron olvidados en un rincón y no existía más preocupación que la de temer ser aplastado.



Y cuando parecía que me empezaba a involucrar, tropezaba con otra cara con ojos perdidos o con algún que otro chico en coma etílico. Nada nuevo, en realidad. Puede que estuviese más sensible, más emocional... y que esa fuera la razón por la que me afectase más, yo qué se. Pero son en esos momentos, en los que te planteas todo desde otra perspectiva. Te cuesta entender cómo a todas esas personas que están en otra dimensión no les basta con compartir miradas y sonrisas ni con disfrutar esa sensación cuando la música se te inyecta en las venas y no puedes dejar de bailar al ritmo de los tambores.