martes, 21 de octubre de 2014

| E U P H O R I A |

Esos ojos transparentes me volvieron a atravesar el alma. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba abajo haciendo que temblara. Busqué los bolsillos del pantalón sin bajar la mirada. Me intimidaba, pero no quería perder su mirada ni una sola vez. Ni una sola vez más.

Ya había pasado mucho tiempo sin verla. 

Aunque supiera que ahora todo estaba bien, no podía evitar ponerme nervioso. No quería decir ni una sola palabra o hacer ningún gesto. Ni siquiera mover un solo músculo de la cara. Solo pensar que podía volver a cagarla... ¿Pero por qué tenía que ser tan duro conmigo mismo? No necesitaba más que mirarla a ella, firme como una roca. Tan convencida de sí misma y de mí... De nosotros. Con esos ojos de hielo que me abrían sus días desprendiendo calor. Un calor que solo yo conocía y que hacía que la sangre me hirviese por dentro acelerando mi ritmo cardíaco.



Lo había imaginado tantas veces... Pero ahora era bien distinto a todas aquellas ilusiones. Mejor dicho, insuperable. Lo que llenaba de magia a este momento es que era | R  E  A  L |.

Estaba sucediendo.

Solo el hecho de pensarlo me hacía sentir que iba a explotar. Explotar a reír o a llorar. ¡Qué sé yo! Una de estas emociones que no te caben en el pecho. De esas en las que necesitas salir a gritar al espacio estelar porque el mundo te resulta demasiado pequeño. Cuántas noches había pasado dando vueltas en la cama, cuántas películas había visto soñando ser su almohada, cuántas cosas había querido contarle, cuántas más consultarle... Ella acababa de poner punto y final a todo aquello, como descorchando una botella de champán con ese sonido seco y hueco que marca el inicio de lo que va a empezar.

Ahí estaba ocurriendo. Uno de los momentos más importantes de mi vida y el mundo no se detenía a verlo. Y eso que me daba la sensación de que era imposible que mi euforia pasase desapercibida. Los motores de los coches seguían rugiendo, el viento sacudía nuestro pelo avisándonos de que no se paraba el tiempo. Unos iban de un lado al otro y a mí me costaba entender como es que no se paraban a ver lo nuestro: Dos personas, en medio del parque, entregándose con una mirada infinita. Una mirada que dejaba al margen las palabras. Una mirada cargada de emociones y sensaciones. Si alguien hubiese estado pendiente  de ella, habría podido fotografiarla retratando así el amor a la perfección. Y, aunque siguiese sorprendido al ver cómo lo que era tan importante para mí no lo era para otros, no me importó. Tenía justo delante lo único en lo que tenía que preocuparme pues era la garantía de mi más plena felicidad.



+Me produces contracciones ventriculares prematuras.
-¿Se supone que eso es bueno?
+Haces que se me acelere el corazón.
Sin compromiso, 2011