viernes, 2 de agosto de 2013

HUELLAS DE GAVIOTAS

Las tardes grises eran las mejores. Cuando todas esas nubes cubrían todo el cielo sin dejar ningún rastro azul ni que ningún rayo las atravesase. Eran esas tardes en las que la playa se llenaba… de gaviotas. Y es que eso era lo mejor para Gabriel, porque sabía que así, estarían solos. Sabía que ella bajaría a darse su baño diario. Y así podría contemplarla mientras el rugido de las olas los acurrucaba.

Ahí estaba, bajando por las escaleras de madera viejas comidas por la sal. Sonriente, cómo no, con su jersey talla XXL. Y sin decir nada, comenzó a correr hacia la orilla.

Y es que no hacía falta decir nada porque era una costumbre que tenían desde su infancia. Esa tonta costumbre de ver quién era el más valiente que se metía en el agua y no solo un pie, sino el cuerpo entero y no importaba que fuese verano o invierno. Era su costumbre. La de ellos dos. Eso sí que sonaba bien. A Gabriel le encantaba que eso solo fuese de los dos y le gustaría que tantas cosas más fuesen solo de ellos…

La dejó ganar, como la mayor parte de las veces. Y luego, corrió.


El agua estaba helada y ella se había metido de golpe, sin rechistar. Era increíble. Una sensación de angustia le recorrió todo el cuerpo, llenándole la cabeza de cientos de preguntas. ¿Hasta cuándo duraría todo esto? ¿Toda la vida? Seguro que no. Terminarían yéndose fuera a estudiar. ¿Y si esa costumbre era suplantada por otra en la que otro era su acompañante? Antes de que ella pudiese descubrir sus llorosos ojos, se sumergió en el fondo del océano.

Una sensación de angustia recorrió su cuerpoNo quería imaginarse el día en que esta costumbre pararía.

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